Pasado y presente del Edificio de oficinas IBM México
Un edificio emblemático, icónico e innovador de los años setentas. Fue en su momento la materialización de los ideales de una empresa: eficiencia, funcionalidad y efectividad. Ahora, más de 30 años después, su historia continúa junto con el sueño de sus arquitectos de algún día ver completo el proyecto original.
Las políticas económicas de la década de los años setenta, abrieron paso en el país a un aumento considerable del número de edificios corporativos que alojaban a las empresas. Éstas mismas políticas fueron las que propiciaron la aparición de géneros distintos en esta área como las franquicias. Es el caso de IBM, empresa que en dicha época encontró un mayor crecimiento de la mano del llamado boom de la computación.
Fundada en 1914 en Estados Unidos, llegó a México apenas en 1927, aunque para aquellos años, sus máquinas no tenían mucho que ver con los servicios de informática que ofrecerían años después, pues incluían balanzas industriales, cronómetros y hasta cortadores de carne. Lo que la catapultó al estrellato, en las últimas décadas del siglo xx, fue el haber ofrecido al mercado la primera computadora personal con la que se abrió camino para que las compañías tecnológicas conquistaran el mundo.
Pero el “gigante azul” no sólo ha dejado su huella en México por el tipo de servicios que ofrecieron desde hace tanto tiempo, sino por las construcciones que levantaron para alojar a sus oficinas, centros de investigación, de diseño y demás actividades relacionadas con su ramo. Antes de que las instalaciones de ibm se trasladaran al Valle del Silicio en la región de El Salto, Jalisco, las oficinas generales de ibm México se encontraban dispersas por toda la ciudad de México, pero fue justo al iniciar la década, en el año de 1970 cuando los directivos de la compañía decidieron centralizar varias de ellas en un solo edificio.
El terreno elegido para esta construcción medía 3778 m2 y se ubicaba en la cabecera de manzana de las calles Mariano Escobedo, Campos Elíseos y Rincón del Bosque. Este espacio se encontraba en la confluencia de avenidas importantes y podía ser visto desde distintos ángulos, lo cual también era conveniente para la compañía que en aquellos momentos trataba de atraer toda la atención posible hacia sus nuevas instalaciones.
Los edificios de ibm en otros países habían sido construidos con estrictos parámetros de calidad y en México esto no sería la excepción. Además, según las peticiones de la compañía, el edificio debía mostrar un balance óptimo entre economía, calidad, apariencia y funcionalidad, mismos valores que manejaba ibm tanto en sus productos y servicios como en su día a día. A todas estas exigencias se le sumaba que la elaboración del proyecto debía realizarse en muy poco tiempo pues esto formaba parte de las políticas de eficiencia de la empresa.
Era la primera vez que un edificio de esta corporación sería construido por un grupo de arquitectos que no fueran norteamericanos y esto sumaba más presión a quienes estaban encargados de elaborarlo. A pesar de que el panorama se vislumbraba complicado, en sólo nueve semanas, el grupo formado por los arquitectos Augusto H. Álvarez, Enrique Carral y Héctor Meza, estudió el programa arquitectónico, realizó el diseño conceptual y el proyecto ejecutivo. Pero más que una desventaja, los arquitectos lograron sacar provecho del tiempo limitado con el que contaban y por ello propusieron en el proyecto una serie de elementos de rápida fabricación y montaje.
El resultado fue un edificio de volumen horizontal en siete niveles con planta baja y una torre de dieciocho pisos con una plaza al frente, la cual no se realizó en su momento por razones económicas y porque sólo con uno de los edificios bastaba para satisfacer la demanda de espacio. La tecnología empleada en él fue de vanguardia y muchos de estos avances fueron creados directamente en el taller del arquitecto con fines de uso específico para este edificio, como sucedió con el caso de los paneles divisorios Acro, que eran unos canceles modulares y desmontables, sujetos al plafón y al piso que consistían en una estructura metálica recubierta de tablaroca con poliestireno como aislante, mismos que se utilizaron para dividir los espacios interiores.
Esto convirtió al edificio en un ejemplo de flexibilidad por el alto grado de factibilidad de transformación interna de sus espacios no sólo en el área de las oficinas, sino también en los baños, los cuales se podían desmontar de ser necesario. Además, estas oficinas fueron las primeras en Latinoamérica que incorporaron una computadora ibm 360, la cual ocupaba casi toda la parte baja del edificio, pero que sin duda lo convirtió en uno de los más modernos de México en cuestión tecnológica.
Otro elemento de interés, y que cumplía con el lineamiento de economía planteado desde un principio, fue la utilización de concreto armado, material que desde los años cincuenta era puesto a prueba por distintos arquitectos para experimentar sus posibilidades estructurales y plásticas. En este edificio, el concreto resultó ser una pieza clave tanto para la estructura como para la estética pues al permitir un remetimiento profundo de los vanos, se generaba un interesante juego de sombras y claroscuros en la fachada, otorgándole un distintivo muy peculiar a este conjunto.
En el taller del arquitecto también se llevó a cabo el proyecto integral de diseño de interiores. Se hicieron los muebles, la señalización, la selección de las obras que se colgarían, las alfombras, accesorios y demás, lo que muestra la forma en que un edificio se convertía en la obra integral de un arquitecto o un grupo de arquitectos: se cuidaba hasta el más mínimo detalle, sobre todo cuando se trataba una obra muy significativa que sería el centro de atención de muchas miradas nacionales e internacionales. La obra se concluyó en el año de 1972 y ahora el inmueble está catalogado en la zona patrimonial de Polanco por haber sido construido por Augusto H. Álvarez.
En 2014, 42 años después de haber sido edificado, se presentó la propuesta de completar el proyecto original y construir finalmente la torre de dieciocho niveles que nunca se levantó. Como era de imaginarse, la propuesta causó polémica, voces a favor y en contra se elevaron en su momento. La empresa Gicsa sería la encargada de completar el proyecto, lo que significaba edificar patrimonio a priori, regresar a los orígenes, volver a aquel inicio en que se proyectó y que por razones externas al arquitecto, no se llevó a cabo, oportunidad bastante rara pues son pocas las veces en que se puede ver terminado un proyecto inconcluso.
A pesar de todo, arquitectos y especialista en el tema coinciden en que es un acierto completar el proyecto de 1970 y dar vida a la torre de dieciocho pisos que se elevaría en la zona que ocupaba el edificio como estacionamiento, además de integrar también la plaza que lo acompañaba, logrando de esta manera un espacio de contemplación, de descanso y respiro frente al complicado trajín de las avenidas que lo franquean. De igual manera, articularía un espacio de por sí importante en esa zona de la ciudad dados los edificios que se encuentran a su alrededor, como el caso del Hotel Camino Real o el Club Chapultepec. Por lo que hemos visto, la construcción de la torre se está llevando a cabo y esperemos que el resultado sea lo que todos vislumbran y lo que el arquitecto esperó de su proyecto.
Por Paulina Martínez Figueroa