Jardín 17. La intervención de un poema en verde

Jardín 17. La intervención de un poema en verde

La fórmula es sencilla, dos arquitectos de distintas épocas que interpretan el mismo espacio. El resultado, en cambio, es inesperado, misterioso, seductor. En esta entrada del blog daremos un paseo por la historia de este espacio de la mano de sus creadores, quienes, a pesar de la distancia temporal, nos invitan a vivir el constante asombro por la expresión verde de la arquitectura.  

 

“Pienso, ¿por qué no hay un jardín en cada azotea de cada casa y cada edificio en esta ciudad, donde siempre llueve, pero también siempre sorprende el buen tiempo? ¿Donde los árboles y las matas crecen en cada resquicio, en cada maceta improvisada en una lata vieja o en cada grieta de banqueta que se deja? Al parecer es un problema de arquitectura”.

Estas palabras de Mario Ballestero extraídos de una entrevista que le realizó a Alberto Kalach en 2018, nos invitan a reflexionar en el constante dialogo entre la arquitectura y su entorno. En particular nos transportan a Jardín 17, un espacio que forma parte de la casa Barragán, pero de manera independiente, como todo jardín: declaración de libertad y vida.

Quizá por ello al adoptar un nuevo uso, fue planteado como un espacio público para la reflexión y divulgación de la arquitectura y el paisajismo, con un programa de actividades distinto al de la casa. En un inicio fue concebido como un lugar de trabajo para el arquitecto, una especie de oficina rodeada de vegetación. Sin embargo, el proyecto quedó inconcluso y dio pie a otros usos. Sirvió a la casa proporcionando bodegas, cajones de estacionamiento, así como actividades internas propias del museo como pláticas, talleres, asambleas, etc. Desde hace 20 años recibe a universidades de EU para ofrecer talleres de arquitectura y además ha albergado exposiciones importantes como la de la Martirene Alcántara, Ricardo Regazoni y muestras de diseño en el marco de Design Week.

Cuenta la historia que en 2016 se decidió, a partir de una generosa aportación del arquitecto Alberto Kalach –miembro de la Fundación Barragán–, realizar una restauración integral del jardín. Los trabajos duraron dos años, y finalmente en 2018 se inauguró como espacio abierto y gratuito, un lugar de arquitectura y paisajismo que a la vez funcionara como sitio de encuentro con la comunidad.

Si bien, la obra de Luis Barragán siempre estuvo relacionada con la arquitectura de paisaje, y en particular, con los jardines cuyo misterio era parte integral de la “Arquitectura emocional”, término con el que identificó a su obra, la intervención de Kalach, fue sensible y oportuna, muestra del dominio de este lenguaje compartido.  Y es que el arquitecto, quien alguna vez comentó que los jardines también dormían, y que por eso en las noches no debían iluminarse con luz artificial para respetar que “sus días fueran días y sus noches, noches”, ha hecho algunos de los jardines más originales y bellos de la Ciudad de México. Por ejemplo, el de la Biblioteca Vasconcelos, el del techo de la Torre 41, el del Cárcamo de Chapultepec, o el de Casa Wabi en la Santa María la Ribera. Al igual que su arquitectura, casi desnuda, los jardines aportan la naturalidad perdida por el artificio o quizá, la nostalgia de los orígenes: el regreso a la tierra virgen.

Esto se refleja en la intervención del Jardín 17, en donde, como un gesto de expulsión o replanteamiento de la modernidad, la cochera fue transformada en dos aulas abiertas, idea que se relaciona con el pensamiento de Barragán, de dotar espacios en donde se pudiera estar afuera, pero sintiéndose contenido.

Kalach retomó este punto al momento de intervenir el espacio. Además de las aulas, conservó el tono azul añil de las paredes, y en cuanto a la vegetación, trató de mantener la esencia del sitio realizando pocos cambios, por lo que se habla de un trabajo casi arqueológico pues, antes de plantear cualquier interpretación, trató de imaginar la idea detrás del vestigio. Por ejemplo, existía un cajón de concreto que estaba vacío que sugería servir como un elemento experimental que contenía agua. Incluso parecía que quizá este contenedor fuera el antecedente de muchas de los espejos y fuentes que habitan las obras de Barragán, como la fuente del convento de las monjas Capuchinas en Tlalpan. Con estas referencias en mente, se decidió regresar el agua a dicha especie de pileta, y con ello, volvió el reflejó del cielo y se escuchó nuevamente la voz silenciosa de Barragán en su jardín.

 

Por Laureana Martínez Figueroa

 

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