Ambivalencias del 68: el Hotel Camino Real. Parte 1

Ambivalencias del 68: el Hotel Camino Real. Parte 1

Han pasado 50 años desde que la ciudad de México se vistiera de olimpiadas y de luto. Mucho se ha hablado de aquellos agitados tiempos, en donde se consideraba que las perspectivas eran inmejorables para la modernización del país y para dar al mundo una imagen de prosperidad, aunque la realidad fuera diferente. Aquí les compartimos la historia de un edificio emblemático que también este año cumple medio siglo de ser un referente para la arquitectura hotelera mundial.

 

Corría el mes de agosto de 1968. La ciudad de México se movilizaba, se defendía, se agitaba… pero en un rincón aparentemente alejado de la bulla citadina y simuladamente ajena a ella, lo más selecto de la élite política y económica mexicana se encontraba reunida y convivía alegremente chocando sus copas. El motivo: la inauguración del Hotel Camino Real en la ciudad de México, el más grande, moderno y lujoso de toda América Latina.

La mesa de honor estaba encabezada por el entonces presidente del país, Gustavo Díaz Ordaz y por el Sr. Agustín Legorreta López Guerrero, presidente también, pero del Banco Nacional de México, empresa que se encontraba detrás de la construcción del nuevo edificio. Visiblemente conmovido en su discurso inaugural, Legorreta calificó al Camino Real como el resultado de una tarea patriótica y como un capítulo importante de la historia contemporánea. Al abrir sus puertas, dijo, Camino Real abría una mucho mayor hacia el mundo, el turismo, y la convivencia entre todos los hombres.

El proyecto de construcción del Hotel Camino Real Ciudad de México se llevó a cabo enmarcado por un contexto tal vez de oportunidad económica pero de claro conflicto social. La idea de su edificación comenzó a gestarse desde 1964 con miras a satisfacer la demanda de alojamiento generada por los Juegos Olímpicos que habrían de realizarse en México en 1968. Se consideraba, entonces, que las perspectivas eran inmejorables, pues para ese año nuestro país recibiría a los asistentes a la fiesta olímpica, por lo que el objetivo primordial era organizar y modernizar la estructura hotelera con las mejores técnicas para crear instalaciones funcionales y cómodas.

José Brockman Obregón, dueño del primer Hotel Camino Real en Guadalajara fue quien planteó la posibilidad de construir un hotel más grande en la ciudad de México y fue cuando se acercó a Agustín Legorreta, presidente del Consejo de Administración y Director General del Banco Nacional de México, quien aceptó la propuesta y ofreció participación accionaria a algunos clientes y socios como Gastón Azcárraga, José María Basagoite, entre otros personajes de la industria y los negocios. Incluso, por informaciones posteriores sabemos que el propio presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, participó en el negocio como accionista. Sin embargo, por la magnitud del proyecto y obviamente, por el monto de la inversión, el Banco condicionó el proyecto a la participación de una operadora hotelera profesional e internacional para administrar y operar el hotel.

La operadora elegida fue Western International Hotels con sede en Seattle, Washington, quien al principio no puso mucha atención a la propuesta. Su entonces presidente Edward E. Carlson pasó de manera casual por la ciudad de México en uno de sus viajes de negocios y fue cuando recordó la insistencia de los empresarios mexicanos que querían asociarse para una empresa hotelera. De los tratos y negociaciones resultó la creación de Western International Hotels, cadena a la que se agregó el Hotel Alameda y después el Hotel Camino Real de Guadalajara y los hoteles Majestic, Francis y De Cortés de la ciudad de México.

Así inició todo. Cuando encontramos la primera mención de este proyecto hotelero en los libros de actas del Consejo de Administración de Banamex, en agosto de 1966, ya habían pasado dos años desde que se había presentado la primera propuesta y de que ésta se había estudiado. Fue hasta ese momento en que el proyecto se presentó ante los miembros del Consejo, a pesar de no estar del todo concluido. Sin embargo, ya se tenían ciertas cosas seguras como el número de habitaciones, que oscilaría entre las 650 y las 700, que tendría zona de estacionamiento para 600 automóviles, facilidades para banquetes con un cupo de 1,700 personas, y que también contaría con un centro comercial.

Se contaba entonces con un capital de 250 millones de pesos y con un espacio de treinta mil metros cuadrados para crear el mejor hotel de América Latina. La tarea no resultaría sencilla, por eso Banamex y sus accionistas prefirieron dejar a alguien de casa esa responsabilidad. Con buen tino, se designó al arquitecto Ricardo Legorreta Vilchis, sobrino de Agustín Legorreta López Guerrero, la coordinación de la obra, la cual resultó ser, a decir de los conocedores del tema, un trabajo sin precedentes en la arquitectura mexicana.

Para llevar a cabo la magna obra, Legorreta puso en práctica algunas ideas que se desarrollaban sobre la importancia del trabajo en equipo, esto es, que el arquitecto no hiciera solo toda la obra, sino que más bien fuera una especie de “director de orquesta” lo que permitiría la colaboración de otro tipo de elementos que complementaran el proyecto, según el tipo de obra de que se tratara. Con esto también se accedería a la participación de profesionistas nacionales e internacionales “haciendo a un lado un nacionalismo mal entendido y aprovechando ventajas y experiencias de otros países.”

Se decidió entonces que el hotel fuera algo diferente a la idea que se tenía de un lugar de alojamiento característico de las grandes urbes. Hasta entonces, la idea de modernidad y también la falta de espacio habían orillado a los arquitectos a construir los hoteles hacia arriba, es decir, de manera vertical. El caso del Camino Real y sus 30,000 metros cuadrados de terreno permitieron que, en una capital de 6 millones de habitantes, con el trajín cotidiano, con problemas viales y de transporte, se contara con un espacio aparentemente apartado de todo ese bullicio: un conjunto de edificios bajos, entre jardines, patios, terrazas, albercas, canchas de tenis y que al mismo tiempo, contaba con todos aquellos servicios necesarios para el movimiento cotidiano de un hotel contemporáneo. El hotel se volvía horizontal.

(Continuará…)

Por Paulina Martínez Figueroa


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