Ambivalencias del 68: el Hotel Camino Real. Parte 2

Ambivalencias del 68: el Hotel Camino Real. Parte 2

Una suma de talentos en distintas áreas del diseño, dieron como resultado el Hotel Camino Real, símbolo de modernidad, turismo y prosperidad nacional. Entre aplausos, risas y choques de copas se ofreció un banquete de 1,500 cubiertos y se escucharon las palabras de Gustavo Díaz Ordaz, días antes del “Bazucaso” con el que el ejército derribó la puerta de la preparatoria 1 de la UNAM. Esto y más en la segunda parte de esta historia de ambivalencias, a 50 años de distancia.

 

El Hotel Camino Real fue el resultado del trabajo conjunto de numerosos especialistas y artistas nacionales e internacionales. Mathías Goeritz y Luis Barragán fueron los consultores artísticos para exteriores y jardines. Las cimentaciones fueron diseñadas por un experto en el subsuelo, el Dr. Leonardo Zeevaert y los elementos estructurales llevados a la práctica por los arquitectos Bernardo y José Luis Calderón. Para el diseño de instalaciones, poniendo prioridad en la de aire acondicionado se contrató a la Compañía de Ingeniería Panamericana cercana a la firma norteamericana Day & Zimmerman, con lo cual se reunieron conocimientos y experiencias de ambos países.

Y finalmente, como el diseño de interiores jugaba un papel de suma importancia y Banamex deseaba para el edificio un carácter mexicano: “consideramos […] conveniente buscar a alguien con experiencia en el uso de elementos tradicionales en un ambiente moderno sin caer en copias absurdas ni regionalismo ridículo.” Por ello se invitó a colaborar al artista norteamericano Charles Savigny con el apoyo de la firma internacional Knoll para la construcción del mobiliario. Esta compañía, a su vez, integró un equipo especializado para trabajar en el proyecto con sus expertos en diseño de interiores.

Se tuvo que tomar en cuenta además, todo el diseño gráfico para papelería y demás artículos, uniformes y también la realización de un logotipo que quedó en manos de Lance Wyman, la misma persona que desarrolló el diseño gráfico para los Juegos Olímpicos de México 68. Y como cereza del pastel, una escultura de Alexander Calder, quien aceptó colaborar con el equipo de Legorreta en una visita que hizo a la obra, entre andamios, tabiques y tierra, obra que, por cierto tuvo que ser financiada aparte una vez aprobada la cifra por los propietarios del Hotel.

La obra fue supervisada y visitada varias veces por los directivos del Banco y por autoridades oficiales. Una de las más recordadas fue la que se llevó a cabo en octubre de 1967 cuando acudieron al lugar el jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, el jefe del Departamento de Turismo, Agustín Salvat y el presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. En nombre del Banco Nacional de México acudieron el director General, Agustín Legorreta, los directores Javier Bustos y Jesús Pérez Pavón, Juan Gómez Domínguez, director divisional y el subdirector, Armando Chávez Camacho. Por Crédito Bursátil estuvo su director general, Alberto Watty. También se presentaron los directivos del Hotel Camino Real, José Brockman, Director General de Western International Hotels; Federico Jiménez O’Farril, Director gerente y Jorge Villarreal, Jefe de Relaciones Públicas.

Para junio de 1968 parecía que todo estaba listo, se había nombrado a Federico Jiménez O’Farril como Director General del Hotel y se planeó la inauguración para el 25 de julio de 1968 en sus instalaciones. Y así, llegamos a aquel día en que, entre aplausos, risas y choques de copas se ofreció un banquete de 1,500 cubiertos y se escucharon las palabras de Gustavo Díaz Ordaz que propuso un brindis “por el éxito de quienes pusieron su esfuerzo denodado para construirlo, de quienes tuvieron fe en México y confianza en sus instituciones, y gracias a esa fe alcanzaron esta hermosa meta que es un magnífico, bellísimo hotel.”

Un segundo brindis fue por el éxito de la institución, por que lograra impulsar el turismo hacia México en su doble concepción: “como un negocio que nos permite legítimamente compensar nuestra balanza de pagos […] y una tarea más elevada: la de contribuir a que los hombres se conozcan entre sí […] a que nos conozcan a los mexicanos y lleguen a enamorarse de México […] y nos permitan a nosotros conocer también a los hombres de todas las latitudes, para hacer posible, y por lo menos contribuir con ese grano de arena, al entendimiento de todos los hombres que constituimos la humanidad […]”

Agustín Legorreta no podía quedarse atrás y cubrió en elogios al mandatario que, junto con su esposa disfrutaban del evento, e incluso llegó a mencionar que él era el verdadero autor de la idea que ese día culminaba pues “fue quien nos aconsejó lanzarnos a esta tarea de aumentar la capacidad de albergues en México y fue él quien nos alentó con su estímulo y apoyo.” Consideró la obra como parte del proceso general del avance del país y que la gran empresa de paz, orden y prosperidad a la que el presidente había dedicado su vida, su capacidad de estadista y su valor de hombre, pertenecía ya al patrimonio de México. Y después, agregó: “Creemos estar en lo cierto al afirmar que este sentido de la ruta nacional ha determinado que nuestra patria sea hoy más grande y hermosa que la que soñaron nuestro abuelos, y que si continuamos así, será todavía más grande y más hermosa la que le leguemos a nuestros nietos […]”

Un día después del fastuoso evento, varias escuelas entrarían en paro de labores, los estudiantes tomarían las preparatorias de la UNAM y se vendría el bazucaso a la puerta de la Número 1 en San Ildefonso. Se incrementaría la lista de heridos y de detenidos y los acontecimientos trágicos de aquel año en torno al movimiento estudiantil llegarían como una cascada imbatible. El proceso de construcción del Hotel Camino Real, no sólo muestra la capacidad organizativa de la élite política y económica de la época, cómo se promovió desde arriba la creación de una arquitectura moderna y fastuosa con lo mejor del arte nacional e internacional, también señala las claras diferencias que había entre los diversos sectores de la sociedad en la ciudad de México y del país en general. Se hablaba de paz, de orden y prosperidad y se callaba y reprimía a aquellos que la demandaban en las calles. Todo ello forma parte de las ambivalencias de aquel año de 1968.

Por Paulina Martínez Figueroa


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