Carlos Obregón Santacilia y Pablo Neruda

Carlos Obregón Santacilia y Pablo Neruda

Las dos trayectorias de estos creadores en apariencia muy diferentes, coincidieron en la década de los cuarenta, en el ambiente cultural mexicano, para lograr cada uno, grandes momentos en sus vidas profesionales. De esta relación de trabajo y amistad queda como testigo, un libro, resultado de  uno de los procesos editoriales más extraordinarios de la época. Van estas líneas que cruzan arquitectura y poesía para relatarnos una historia especial.

 

“Ha muerto éste mi amigo que se llamaba Carlos,

no importa quién, no pregunten, no saben,

tenía la bondad del buen pan en la mesa

y un aire melancólico de caballero herido.”

Pablo Neruda. 1961.

Poco se sabe de los arquitectos más allá de su legado constructivo. Casi no conocemos sus gustos, sus pasatiempos, sus amistades fuera de otros arquitectos con los que trabajaron, de los que fueron discípulos, o de quienes fueron maestros. La realidad es que la mayoría de los profesionales de la arquitectura que desarrollaron su trabajo durante el siglo xx pertenecían a círculos intelectuales más amplios gracias a los cuales nutrían su obra, ampliaban su visión de la cultura y debatían en torno al arte, la política y la cotidianidad mexicana.

Uno de los personajes que llegó a enriquecer estos círculos durante los años cuarenta fue el poeta chileno Pablo Neruda. En 1940, fue nombrado cónsul general de Chile en México y a su llegada a nuestro país, encontró una vida cultural efervescente alimentada por numerosos exiliados españoles que residían en la capital. Durante esta primera visita, el poeta atestiguó que, —como escribiría más adelante en sus memorias—, “la vida intelectual de México estaba dominada por la pintura”, por lo que forjó una buena amistad con quienes la conducían en aquellos momentos: los muralistas José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

Es probable que gracias a ellos también conociera a una persona que dejó una profunda huella en la vida del chileno: el arquitecto Carlos Obregón Santacilia. Obregón desde el principio de su carrera procuró complementar la arquitectura con otras artes y como en México se consideraba que la pintura estaba en un momento cumbre, tuvo trato cercano con los muralistas e integró sus obras a varias de sus construcciones. Recordemos que en estos momentos, se encontraba realizando obras como el edificio Guardiola o el Hotel del Prado, para la cual Rivera estaba preparando su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

En estos años el arquitecto Obregón era una persona muy activa tanto en el medio arquitectónico, como en otras áreas culturales. Se desempeñaba también como presidente de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos y además se dedicaba a escribir ensayos, ponencias y demás textos de corte académico. En el ámbito personal, gustaba de organizar reuniones para agasajar a sus amigos, como cuando el también arquitecto Mauricio Gómez Mayorga publicó su libro El ángel del tiempo, mostrando que “la poesía no está reñida con la arquitectura”. No era extraño que gustaran de ésta como disfrutaban también de otras artes, al igual que de la cocina por lo que él mismo eligió el menú para aquel festejo.

Neruda salió de México en 1943, pero algunos años más tarde, cuando el arquitecto Obregón viajó a Lima, Perú, para presentar una ponencia en el Congreso Panamericano de Arquitectos, aprovechó la ocasión para recorrer algunos otros países, incluyendo Chile. Allí visitó a Neruda y a su esposa Delia que incluso le comentaron los problemas por los cuales atravesaban en aquellos momentos. Y es que después de su estancia en México, Neruda se involucró tanto en la vida política de su país que incluso fue senador entre 1945 y 1946 y después, ya como miembro del partido comunista, se hizo cargo de la propaganda para la campaña presidencial de Gabriel González Videla.

Para los años de la visita de Obregón, todo el panorama había cambiado y Neruda, traicionado por el nuevo presidente al que había apoyado, se encontraba en medio de un pleito a través del senado y de la prensa, por lo que fue acusado por calumnias e injurias, desaforado, perseguido y obligado a vivir en la clandestinidad. Dos años después, en 1949, Neruda logra escapar de su país y en agosto regresa a México. Su situación aquí era difícil, con pocos recursos, enfermo y con toda la carga emocional de los momentos que había vivido en su país. Fue en aquellos momentos en que se comenzó a gestar la idea de publicar el Canto General.

Para lograr esta empresa, sus amistades mexicanas lo apoyaron sin vacilación. Pronto se organizó una comisión editorial integrada por personas como María Asúnsolo, Enrique de los Ríos, Wenceslao Roces y claro está, su buen amigo el arquitecto Obregón. Se decidió entonces que la edición se financiaría a través de suscripciones. No es extraño que el arquitecto formara parte también de los primeros que hicieron aportaciones en ese momento. Poco tiempo antes había publicado México como eje de las antiguas arquitecturas de América y las ideas que expresaba en este trabajo acerca de la importancia de las antiguas culturas mesoamericanas, la tradición y su proyección como parte de la contemporaneidad mexicana, eran compatibles con el interés de Neruda por expresar a través de sus poemas la lucha de los pueblos americanos por su libertad desde que fueron conquistados.

De esta manera el comité decidió que los primeros suscriptores obtendrían un ejemplar numerado y firmado por Neruda, Rivera y Siqueiros, pues los pintores, para apoyar a su amigo poeta, elaboraron una ilustración para las guardas del libro. El precio sería de 100 pesos mexicanos de aquel entonces. Al final, de esta primera edición se imprimieron 500 ejemplares y fueron 300 los libros firmados por los autores. Además del arquitecto Obregón, entre los suscriptores se encontraban Ignacio Chávez, Gabriel Figueroa, Carlos Pellicer, Dolores Olmedo, Lázaro Cárdenas, Luis Buñuel, Luis Barragán, entre otras personalidades mexicanas e internacionales.

La edición pudo financiarse sin problema, ahora se tenía que encontrar un lugar en donde realizar la firma de los ejemplares. Otra vez, el arquitecto Obregón resolvió el problema al ofrecer su casa de Tlacopac como el sitio para llevar a cabo tan esperada reunión. Fue el 3 de abril de 1950 cuando autores, suscriptores y amigos se encontraron para finalizar con uno de los procesos editoriales más extraordinarios de la época. Al parecer, después del evento no se hizo mayor comentario sobre la publicación. Neruda viajó hacia Europa pero las amistades que hizo en México fueron entrañables.

Hoy en día se considera que el Canto General es uno de los libros más importantes de Neruda, la cima del proceso de toma de conciencia de América, un redescubrimiento de Chile y del pasado indígena del continente. Para la época en que se preparaba el libro de Neruda, Obregón también gestaba una de sus construcciones más emblemáticas: el edificio de oficinas del imss en el Paseo de la Reforma, inaugurado en el mismo año de la edición de la obra de Neruda, 1950. Las dos trayectorias de estos creadores en apariencia muy diferentes, coincidieron en la década de los cuarenta, en el ambiente cultural mexicano, para lograr cada uno, grandes momentos en sus vidas profesionales.

Cuando Obregón Santacilia murió en 1961, Neruda escribió un poema en su memoria, donde muestra la manera en que lo percibió en vida, como un hombre bueno, generoso, trabajador, un tanto retraído y melancólico. Desconocemos si antes de su muerte volvieron a verse en algún momento, lo más probable es que mantuvieran comunicación por correspondencia, como también insinúa en su poema, pero aún a la distancia, a través de él se siente la pérdida de un buen amigo, alguien que lo apoyó en uno de los momento más difíciles de su vida y que le ayudó con la que sería una de las empresas más importantes de su trayectoria.

“Escribo estas palabras en mi libro pensando

que este desnudo adiós en que no está presente,

esta carta sencilla que no tiene respuesta,

no es nada sino polvo, nube, tinta, palabras

y la única verdad es que mi amigo ha muerto”

 

Por Paulina Martínez Figueroa


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