50 años del edificio para la Escuela de Ballet Folklórico de Amalia Hernández
Al igual que el Hotel Camino Real, el edificio, construido ex profeso para la Escuela de Ballet Folklórico de Amalia Hernández, celebra en 2018 su cincuenta aniversario. Conozcamos un poco más de esta obra y de las ideas detrás de la arquitectura de Agustín Hernández.
En su discurso de ingreso a la Academia de Artes, el arquitecto Agustín Hernández comentaba: “La arquitectura es el puente histórico, el diálogo que comunica a todas las épocas, el lenguaje formal de la historia que nos exige, a través de la memoria colectiva, ser el factor decisivo en defensa de nuestra identidad cultural.”
Ello se comprueba en cada obra realizada por esta gran figura de la arquitectura nacional, cuyo talento visionario dio como resultado un legado arquitectónico creativo y audaz. Obras como el Taller del arquitecto, diseñado en 1972, o el Centro de Meditación de Cuernavaca, Morelos (1984) son claros ejemplos de lo anterior. La fuerte reminiscencia prehispánica ligada a las nuevas posibilidades tecnológicas y constructivas hizo que, según la investigadora de arte prehispánico Beatriz De la Fuente, Agustín Hernández renovara “el significado de monumentos ancestrales al incorporar, actualizándolos, partes de ellos”.
Para muestra el edificio que hoy nos atañe, una obra que busca entender la importancia de las culturas antiguas no europeas para la génesis de la arquitectura moderna del siglo xx en nuestro país. Este edificio, a su vez, materializa otra historia, la del Ballet Folklórico de México, fundado por Amalia Hernández, coreógrafa, bailarina, difusora cultural y hermana del arquitecto, cuya visión de enriquecer la danza en nuestro país, la llevó a concebir un nuevo sitio educativo.
A pesar de que no se contaba con espacio propio, la escuela empezó a funcionar con dos salones que el Instituto Nacional de Bellas Artes le ofreció al ballet con el objetivo de crear bailarines profesionales de alto rendimiento capaces de ejecutar a la perfección diferentes estilos de danza y que a su vez pudieran integrarse a la compañía. Ahí los bailarines ensayaban y además se impartían clases a niños y jóvenes; sin embargo, muy pronto dicho espacio resultó insuficiente por el crecimiento que comenzó a experimentar la compañía y por la cantidad de aspirantes que querían estudiar allí.
Es así como Amalia Hernández decidió crear un espacio que cubriera con todos los requisitos de una escuela formal y para llevar a cabo tan importante tarea, fue necesario el talento y la visión extraordinaria del arquitecto Agustín Hernández.
“Amalia era una mujer con una consciencia espacial increíble: toda su coreografía era espacio y movimiento, y en ello me inspiré para hacer la escuela”. Comentaría el arquitecto tiempo después.
En 1966 comenzó la construcción de la escuela en un terreno ubicado en la calle de Violeta esquina con Riva Palacio, en la colonia Guerrero, de la Ciudad de México y dos años más tarde, el 26 de marzo de 1968, fue inaugurada por el entonces presidente de México Gustavo Díaz Ordaz. El edificio es hasta la fecha, una construcción vanguardista por su diseño arquitectónico, una interpretación moderna del estilo neo-prehispánico surgido a principios del siglo XX con autores destacados como Manuel Amabilis. En él se retoma la estructura de talud y tablero típico de los basamentos piramidales precolombinos: una solución formal de gran plasticidad para albergar en su interior dos salones grandes de ensayo, un teatro y una sección de oficinas.
Clasificado por la crítica e historiadora del arte Louise Noelle como una “escultura habitable”, donde “el movimiento de inspiración prehispánica fue el condicionante del diseño”; según la evaluación de Beatriz de la Fuente, sólo detalles, como el cambio de las celosías con los muros lisos, que recuerda el estilo Ph’uc; las molduras parecidas a las encontradas en Monte Albán las alfardas, como en un templo del Posclásico tardío, y tal vez los lineamientos y contrastes de luz, evocan el pasado de México antes de la aculturación española.
Celebremos pues, con música y danza a este edificio que, a 50 años de su inauguración, comprueba la frase del arquitecto Hernández “La arquitectura de hoy debe tener algo del ayer, pero mucho del mañana”.