El nuevo centro que nunca fue

El nuevo centro que nunca fue

Mario Pani y un grupo de colegas presentaron en 1944 una propuesta para organizar un nuevo espacio que funcionara como el corazón de la urbe, el cual estaría ubicado en lo que ellos consideraban que se encontraba el verdadero foco de la ciudad moderna: el cruce de la Avenida de los Insurgentes y Reforma. Como muchos proyectos, quedaron en el papel y en la historia. Aquí rescatamos parte de esta interesante propuesta urbana.

 

La década de los años cuarenta fue de crecimiento vertiginoso para la Ciudad de México. Ya eran más de un millón setecientas mil personas las que la habitaban y comenzaban a edificarse monumentos y conjuntos habitacionales, se proyectaba la ampliación de avenidas, y en otros puntos iniciaban las obras de pavimentación que dejarían atrás los caminos empedrados y de terracería que abundaban en lo que había sido el México rural. El contexto internacional favoreció la creación de industrias, entre ellas la automovilística, que para aquellos años también se había expandido de la mano de las políticas gubernamentales. Los automóviles comenzaban a saturar las calles, sobre todo del centro de la ciudad, el sitio más concurrido y en donde se llevaba a cabo todavía la mayor parte de la actividad económica de la ciudad.

            Arquitectos y urbanistas de aquel entonces comenzaron a cuestionar la forma en que la ciudad estaba creciendo, sin ninguna planeación, lo cual sería perjudicial para la capital con forme pasara el tiempo. Se consideraba entonces que la ciudad moderna era un organismo que se encontraba en evolución, por lo tanto, este tipo de ciudad estaba en continuo crecimiento y adaptación: si no podía crecer por un lado, este enorme cuerpo trataba de hacerlo hacia otro. Si se encerraba por todas partes, el organismo terminaría por morir. En general, se pensaba que las grandes ciudades no correspondían con las nuevas necesidades de la colectividad moderna pues no habían podido transformarse a la misma velocidad con la que el hombre había transformado su modo de vida.

            Por otro lado los especialistas de la época también cuestionaban cómo el Zócalo, la única gran plaza con que contaba la capital del país se encontraba ya relegado del trazo de la ciudad y cada día se convertía más en un centro arqueológico cuyo porvenir era el de un museo al aire libre. Al no ocupar el “verdadero” centro de la ciudad nueva, el corazón de la vieja Tenochtitlan, el centro religioso y político del imperio “precortesiano” y centro también después de la traza española, ya no era viable en la ciudad moderna. Asimismo, el uso del automóvil, había cambiado por completo la noción misma de calle, pues las que daban al zócalo en su momento no fueron planeadas para contener el flujo vehicular que cada día resultaba más problemático para la movilidad urbana.

            Tomando en consideración todas estas discusiones, el arquitecto Mario Pani y un grupo de colegas que formaba el llamado Taller de Urbanismo, presentaron en 1944 una propuesta para organizar un nuevo espacio que funcionara como el corazón de la urbe, el cual estaría ubicado en lo que ellos consideraban que se encontraba el verdadero foco de la ciudad moderna: el cruce de la Avenida de los Insurgentes y Reforma. México, gran capital, ciudad de arte y de negocios, merecía una gran plaza a la escala de su superficie y de su volumen. La propuesta se basaba en la construcción de una glorieta monumental que sería el fruto natural de la formación urbanística de México. Apoyado en el Sistema Herrey de circulación giratoria, ésta resolvería los problemas de tráfico, de espacios verdes, de aumento de superficie ocupada e incluso el problema de estacionamiento que ya comenzaba a vivirse en la capital.

            Para estos arquitectos, la nueva glorieta reunía todas las condiciones para suplir al Zócalo: “Su amplitud, en extensión como en altura, está perfectamente a la escala del paseo de la Reforma y lejos de dañar la majestad de tan hermosa avenida, le darán su verdadera significación de gran eje que, ahora sí, conducirá hacia algo grande.” Según el proyecto, se construiría una plaza circular de 200 metros de diámetro —cuyo centro estaría en la intersección de los dos ejes de las avenidas—, la cual estaría limitada por los frentes de doce edificios de igual masa y altura (70 m), ocho de ellos ligados por seis elementos más bajos (45 m).

Hacia el poniente, el conjunto quedaba limitado por cuatro edificios de 60 m de altura y al oriente, por cuatro edificios de fachada curva que serían destinados a hoteles. Al mismo tiempo se proyectó una avenida de 30 m de ancho que recibiría, en circulación giratoria, el tráfico de las arterias secundarias que llegarían al crucero. Las rampas y túneles para la circulación a desnivel, servirían también de acceso a un gran estacionamiento colectivo que se ubicaría debajo de la glorieta y de la avenida de Circunvalación, el cual tendría una capacidad aproximada de mil automóviles. La realización de este conjunto urbanístico se consideraba el más importante proyectado hasta entonces para la ciudad de México y sus creadores consideraban que sus costos, aunque elevados, valdrían la pena debido a todos los conflictos que resolverían, además, la inversión se recuperaría rápidamente gracias a los hoteles, el estacionamiento y los demás locales comerciales de lujo que se instalarían en el mismo lugar.

Aunque parecía que la gran obra se llevaría a cabo sin problema, las cosas no salieron como se esperaban. Es probable que la ciudad todavía no estuviera lista para abandonar su centro tradicional y fue por ello que el proyecto de Pani y su taller encontró oposición por parte de diversos sectores sociales. La glorieta monumental no llegó a construirse, tampoco sus espacios verdes ni sus grandes tiendas. El único edificio que se llevó a cabo fue el Hotel Plaza, cuya estructura semicircular se mantiene hoy en pie aunque con otros usos. Se sabe que el proyecto finalmente se desechó en 1956.

La intención de los arquitectos y urbanistas tal vez todavía se encontraba lejos de los afanes de regular y controlar el crecimiento de la ciudad por parte de las autoridades o es posible que la visión de los arquitectos no correspondiera con la realidad social del momento ni con aquellos sectores populares para quienes tanto el Zócalo como sus calles aledañas, siempre serían el corazón de la capital.

Por Paulina Martínez Figueroa


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