José López Portillo y los arquitectos mexicanos

José López Portillo y los arquitectos mexicanos

El gremio arquitectónico, que desde años antes mostraba interés por la planificación de las ciudades y preocupación por la forma indiscriminada de su crecimiento, celebró la llegada a la presidencia de José López Portillo y depositó sus esperanzas en el nuevo mandatario pues sería el encargado de re direccionar el rumbo tomado. Aquí les compartimos parte de esta historia político-arquitectónica de un periodo importante y aleccionador.

 

Hacia fines de 1976, prácticamente todo el país esperaba con ansia el relevo sexenal, se contaban los días para que se llevara a cabo el cambio de mandatario y quizá como nunca antes, se anhelaba el tradicional “borrón y cuenta nueva” que, como por arte de magia, reiniciara al país y desapareciera todos los males que lo aquejaban. Luis Echeverría dejaba a México al borde del abismo. Tanto en sus discursos, como en sus actos, se percibía a un funcionario a punto del colapso mental.

Durante su mandato, la deuda externa ascendió a 20 mil millones de dólares; las nóminas del gobierno estaban atiborradas con más de un millón de burócratas, la mayoría de los cuales eran completamente prescindibles. Con la devaluación del peso, decretada tres meses antes de su salida y su verborrea incoherente, las ansias de que abandonara su cargo eran generalizadas. En el último de los casos, el nuevo presidente “no podría salir peor que Echeverría”, se solía escuchar en las pláticas del momento.

Y todo pintaba para que el José López Portillo se convirtiera en el “salvador” del México. Con su discurso de toma de posesión, logró el prodigio de transmutar la desazón en entusiasmo. El público se emocionó y cosechó aplausos. Todas sus palabras eran recibidas con euforia. Reclamó que se le diera tiempo, que no podía hacer milagros y la apoteosis llegó cuando, entre lágrimas, pidió perdón a los desposeídos y a los marginados por las malas experiencias vividas en el sexenio anterior. Su discurso conciliador y adecuado a los diversos sectores sociales hizo que dirigentes políticos, autoridades, partidos e incuso los empresarios y sus organizaciones de manera un tanto ingenua le dieran su voto de confianza. En esos momentos nadie se imaginaba la hecatombe que se vendría.

Pero fue en estos primeros momentos del sexenio, cuando todo era optimismo y confianza, que el gremio arquitectónico se unió al entusiasmo general por el recién llegado. Unos meses antes de la toma de posesión, cifraban sus esperanzas en el presidente electo ya que consideraban que por primera vez en la historia de México, un experto en planificación urbana era elegido presidente de la República. La gran experiencia que argumentaban los arquitectos se basaba en los cargos que el entonces nuevo presidente había adquirido en distintos puestos durante su carrera como funcionario. De hecho, López Portillo ingresó al servicio público en 1960 a través de la Secretaría del Patrimonio Nacional como asesor del oficial mayor y después, como director general de Juntas Federales de mejoras materiales. Después, de 1962 a 1965 coordinó el Comité de Desarrollo Urbano.

Fue durante esa época cuando se le dio prioridad a la elaboración de los planos reguladores de las ciudades portuarias y fronterizas y en colaboración con el Programa Nacional Fronterizo fundó la Comisión Nacional para el Desarrollo Urbano y Fronterizo, la comonduf. Al parecer, para aquel entonces, los planos reguladores —no sólo de la frontera— que ya existían, se encontraban archivados en oficinas de gobernadores, presidentes municipales y otros funcionarios y no se utilizaban con los fines para los que habían sido creados. Por ello fueron elaborados unos y rescatados otros con la intención de darle prioridad a la planificación de las ciudades a lo largo de la República Mexicana.

Esto hizo que el gremio arquitectónico, que desde años antes mostraba interés por la planificación de las ciudades, y preocupación por la forma indiscriminada de su crecimiento, depositara su confianza y sus esperanzas en el nuevo mandatario y, como otros sectores, creyó en la posibilidad de re direccionar el rumbo tomado. Fue así que poco antes de que terminara el año de 1976, se llevó a cabo el Encuentro Nacional de Profesionales de la Arquitectura, una reunión entre López Portillo y más de mil arquitectos, en las instalaciones del Polyforum Cultural Siqueiros.

Sus organizadores, los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Gabriel Gutiérrez Trujillo, reunieron alrededor de 250 trabajos que fueron analizados y presentados en mesas de trabajo, de lo cual resultó la llamada “carta de los profesionales” haciendo uso de éstos y complementándola con nuevos estudios. De esta manera, se pudieron distinguir ciertas áreas que necesitaban especial atención, resultando esenciales la cuestión de la vivienda, la racionalización del uso del suelo, el alcance y productividad de las instalaciones asistenciales, la preparación técnico-humanista del arquitecto entre algunas otras.

José López Portillo tomó este encuentro como una muestra del compromiso político del gremio arquitectónico y ante los profesionales reunidos en el Polyforum, pronunció un discurso simple, rimbombante y con poco contenido. Poseedor de la retórica priísta, dejó complacidos a los arquitectos agradeciéndoles sus aportaciones y su visión particular de la sociedad mexicana que expresaban a través de los trabajos entregados, a lo que agregó: “Expresiones de justicia y gozo de libertad están en el oficio de ustedes, señores arquitectos, expresiones de algo tan humano como el espacio, espacio que se hace vivienda, espacio que se hace luz y color, que se hace salud y que puede y debe hacerse alegría de vivir.”

La visión optimista de aquel año de 1976 era aparentemente compartida por todos los mexicanos. Algunos con más desconcierto que otros, vieron que sólo unos años más tarde, el discurso de la esperanza se transformaría de manera radical para dejar al descubierto los recursos más bajos de la maquinaria presidencialista y autoritaria de entonces, que cortaron de tajo con la ilusión de mejora que todo un país había puesto en el entonces presidente electo, incluida la de los arquitectos.

 

Por Paulina Martínez Figueroa


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