Planta y oficinas de la compañía Bacardí en México

Planta y oficinas de la compañía Bacardí en México

A decir de los especialistas del momento, en este lugar se logró crear “con materiales duros y fríos como acero, cristal y mármol, combinados con algunos elementos de madera, un conjunto orgánico lleno de vida y sabor exquisito”. Tal como el ron que diera fama y éxito a la compañía, una afortunada combinación de elementos produjo uno de los mejores conjuntos de la arquitectura moderna que tenemos en México. Aquí contaremos un poco de su historia.

 

La compañía Bacardí nació en Santiago de Cuba, sitio donde los hermanos de origen catalán Facundo y José Bacardí adquirieron una destilería con la que iniciaron operaciones el 4 de febrero de 1862. Tras la muerte de don Facundo en 1886, la empresa quedó en manos de sus hijos Emilio, Facundo y José y después, cuando Emilio murió en 1922, su sucesor y cuñado Enrique Schueg Chassin, pensó en México como el lugar en el que se podría instalar una fábrica alterna, pues en la Cuba de aquella época, se habían establecido nuevos impuestos para este tipo de bebida.

La idea que tuvo Schueg se cristalizó el 8 de mayo de 1931 cuando abrió sus puertas la primera destilería Bacardí en México, la cual se puso a cargo de José “Pepín” Bacardí González, nieto del fundador. Por desgracia, las cosas no salieron como se esperaban. El consumidor mexicano estaba familiarizado con otro tipo de bebidas, como la cerveza y no le llamó la atención cambiar sus preferencias por el ron. A esto se sumó la muerte de “Pepín” en 1933, lo cual hizo que su sucesor, José Bosch, recibiera la orden de liquidarla. Sin embargo, Bosch decidió desobedecer, revivirla y reestructurar la empresa, de tal manera que no sólo subsistió, sino que creció de una manera insospechada.

Así, en 1956 se adquirió el casco de la ex hacienda La Galarza, cerca de Puebla, para instalar en ella una planta de fermentación y destilación, que fue construida por el arquitecto español Félix Candela —junto con los arquitectos Héctor Mestre y Manuel de la Colina— con la cual logró que las estructuras modernas dialogaran de manera excepcional con aquella hacienda del siglo XVII. Pero este era sólo el principio de lo que estaba por venir, pues años después, la necesidad de bodegas y almacenes era tan grande que las antiguas instalaciones ya no eran suficientes y la compañía tuvo que pensar en construir una nueva planta, esta vez en Tultitlán, Estado de México.

Fueron dos los arquitectos designados para llevar a cabo la tarea de construir las oficinas de la compañía y la planta en el mismo terreno entre los años 1958 y 1960. Por un lado se pidió nuevamente a Félix Candela que colaborara con el proyecto de la planta pues conocía bien sus necesidades tras construir la destilería en La Galarza, pero en esta ocasión se solicitó también al arquitecto de origen alemán Ludwig Mies Van der Rohe que proyectara el edificio de oficinas.

En aquel terreno ubicado en el Km. 34 de la súper carretera a Querétaro, a la altura de Lechería, el arquitecto español diseñó cubiertas abovedadas, paraguas, planos doblados y paraboloides —inspirados en la terminal aérea de St. Louis Missouri construida por el arquitecto Minoru Yamasaki—, a lo cual integró seis cúpulas esféricas organizadas en pares que forman tres filas, cada una de ellas de planta cuadrada. De esta manera obtuvo un amplio espacio interno sin la interrupción de apoyos.

Por otro lado y en contraste, el edificio proyectado por Mies que albergó las oficinas de la compañía —con un prisma rectangular y un espacio a doble altura—, una concepción original y de líneas sencillas, consiguió “una arquitectura sobria, elegante y de ambiente acogedor”, según la revista Arquitectos de México de enero de 1962. En el artículo sobre este edificio, se destacaba la importancia que tenían las oficinas para una empresa, las definía como el centro de coordinación del trabajo y por lo tanto eran fundamentales. Así, en el edificio debían lograrse las condiciones físicas y psicológicas adecuadas para desarrollar sus labores. Se necesitaba entonces un diseño arquitectónico funcional y que correspondiera con las necesidades de la empresa.

Este amplio complejo industrial, situado sólo a unos cuantos pasos de la carretera, tomó en cuenta su ubicación rodeado de campos y de espacios verdes, por lo que los cristales de piso a techo, permitían ver los alrededores y los paisajes, las montañas y los jardines. La estructura de acero pintada de negro, el mármol travertino y los vidrios color humo se adaptaron al entorno y además estas transparencias fueron fundamentales para que todos los espacios se integraran ópticamente.

El diseño del mobiliario corrió a cargo de la afamada casa de diseño Knoll, fundada en 1938 por Hans Knoll, pero difundida y vuelta de nombre internacional bajo la batuta de Florence Knoll. Gracias a su propuesta de integrar a los arquitectos desplazados de sus lugares de origen a causa de la Segunda Guerra Mundial a los proyectos de la compañía, la Bauhaus, el funcionalismo y el diseño moderno danés llegaron al continente Americano y a partir de los años cincuenta se convirtieron en fabricantes y distribuidores exclusivos del arquitecto Mies.

Los materiales formaron una parte destacada del edificio. A decir de los especialistas del momento, en este lugar se logró crear “con materiales duros y fríos como acero, cristal y mármol, combinados con algunos elementos de madera, un conjunto orgánico lleno de vida y sabor exquisito”. Lo cierto es que esta formulación mucho más clásica, separada de las formas parabólicas de la arquitectura de Candela, produjo uno de los mejores conjuntos de la arquitectura moderna que tenemos en México.

Lo interesante de este complejo, además de las cuestiones arquitectónicas y de diseño, es que fue una empresa de ron la que logró esta conjunción extraordinaria. Muchas veces nos centramos en la arquitectura mexicana como producto esencial de los programas y designios estatales y pocas veces consideramos la importancia que la iniciativa privada tuvo en el fomento y desarrollo de esta actividad en el siglo xx mexicano. La planta y oficinas de la compañía Bacardí son claro ejemplo de estos eventos realmente afortunados.


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