Un historiador, un arquitecto y una casa

Un historiador, un arquitecto y una casa

La casa de don Daniel Cosío Villegas es al mismo tiempo episodio arquitectónico y pieza clave de la historia del siglo XX. Una morada sencilla hecha de ladrillo se convirtió en su momento, en escenario de diversas reuniones que sin planearlo, resultaron importantes tanto para el intelectual, como para su familia y amigos. Aquí les compartimos un pedacito de esta historia con sabor a hogar.  

 

Pocas personas conocen una casa ubicada en la segunda cerrada de Frontera en San Ángel. En un gran predio con tres frentes se construyó en 1944 la casa de don Daniel Cosío Villegas, pionero en estudios económicos, fundador del Fondo de Cultura Económica y de El Colegio de México. Maestro de generaciones, pero sobre todo, historiador prolífico que dedicó buena parte de su vida a esta disciplina porque, según sus propias palabras, fue ésta la que le exigió más que cualquier otra en las que incursionó a lo largo de su trayectoria profesional.

Para los años en que la casa se edificó, don Daniel era jefe del Departamento de Estudios Económicos del Banco de México y según cuenta en sus memorias, fue gracias a un préstamo de esta institución que pudo comprar el terreno en el que construyó la que sería su casa habitación durante el resto de su vida. Según el mismo testimonio, en esa época el metro cuadrado de terreno costaba 6 pesos, gracias a lo cual había podido adquirirlo sin tanto problema. Debido a los diversos cargos que ostentó a lo largo de su vida, don Daniel se vio obligado a vivir fuera de México durante varias temporadas, pero esta casa le proporcionó un lugar propio y fijo para trabajar, albergó su biblioteca y vivió en ella gran cantidad de anécdotas.

Esta vivienda hizo que dos personajes notables del siglo xx cruzaran sus caminos, pues fue el arquitecto Marcial Gutiérrez Camarena el encargado de edificarla. Nacido en San Blas, Nayarit, este joven arquitecto y docente de la Escuela Nacional de Arquitectura, coincidió con Cosío Villegas en su interés por la historia e incluso estudió el doctorado en Historia de México en la Facultad de Filosofía y Letras entre 1946 y 1950. Por desgracia, la investigación que se convertiría en su tesis de doctorado —que por cierto, era dirigida por Ernesto de la Torre Villar—, quedó trunca debido a su muerte en 1954, sin embargo fue un reconocido docente y participante muy activo de las nuevas formas mexicanas de hacer arquitectura en los años cuarenta.

Alumno de personajes como José Villagrán García, Paul Dubois, Carlos Obregón Santacilia y Pablo Flores, a Gutiérrez Camarena y sus compañeros les tocaría vivir la renovación académica de la escuela de Arquitectura pero además, fue uno de los pioneros en imaginar la construcción de una Ciudad Universitaria, misma que sirvió como su tesis de licenciatura en 1928. Trabajó en el despacho de Obregón Santacilia y ya independiente de sus maestros, montó uno con sus compañeros Mauricio M. Campos y Enrique del Moral. Juntos, construyeron varias casas y edificios de departamentos, pero con el tiempo, la sociedad se disolvería y a partir de allí, Gutiérrez Camarena trabajaría por su cuenta.

En solitario, elaboró la sede del Club Mexicano de Remo en 1934, deporte al que también era aficionado. Construyó su casa propia en la Colonia del Valle en 1943 pero también participó en la construcción de hospitales e inmuebles educativos pues los años cuarenta fueron muy prolíficos en cuanto a programas de construcción financiados por el gobierno federal. De esta manera, con su juventud pero amplia experiencia, a Gutiérrez Camarena le tocó proyectar la casa del notable intelectual, que al parecer, quedó muy satisfecho con el resultado final.

Varios aspectos caracterizaron esta construcción, como por ejemplo, el que hubiera sido una obra proyectada especialmente para sus moradores, sin pensar en las visitas o personas que acudían a ella eventualmente como era común en la época. Se le consideró una casa hecha para vivirla, para estudiar y meditar sin preocupaciones y que buscaba que quienes pasaran por ella, disfrutaran de las mismas condiciones que sus dueños. Por otro lado, a diferencia de otros edificios y casas habitación en que se hacía alarde de los materiales de origen foráneo, la casa de San Ángel fue hecha con materiales sencillos y de origen mexicano, como ladrillo rojo y loza de San Miguel de Allende o lozas de barro prensadas en otros pisos de la casa.

En una reseña que se hizo de esta vivienda en la época en que se construyó, se destacaban como puntos notables la chimenea que le daba un toque hogareño, así como la austeridad de su arquitectura suavizada por el sobrio pero a la vez, cálido amueblado. De igual modo se mencionaba que en la casa no había cortinas porque no hacían falta pues la vista de los alrededores era muy agradable ya que en ese entonces no había ningún tipo de construcciones que impidieran gozar a plenitud de los volcanes y del paisaje del valle de México. La terraza también formó parte importante del conjunto y a decir de varios testimonios, se convirtió en un buen espacio para socializar.

La casa de don Daniel Cosío Villegas fue escenario de diversas reuniones que sin planearlo, resultaron importantes tanto para el intelectual, como para su familia y amigos, e incluso fue el “terreno neutral” en el que pudo solucionar ciertos problemas cuando sus críticas al abuso del poder y al autoritarismo de los gobernantes en turno le comenzaron a cobrar factura. Una reunión notable de este tono fue la que celebró con el presidente Luis Echeverría Álvarez y su esposa María Esther, cuando el mandatario en uno de sus ataques de ira durante los primeros años de su gobierno, arremetió contra Cosío Villegas por el tono en el que se expresaba en sus artículos publicados en el diario Excélsior.

Para limar asperezas, don Daniel organizó una comida en su casa a la que también asistieron los Muñoz Ledo, Raúl Fournier, Carito Amor, Bernardo Sepúlveda y Ana Iturbe para que la reunión tuviera un claro tinte “social” y no se convirtiera en una disputa política que empeorara las cosas. Al parecer, el encuentro fue exitoso pues doña María Esther finalmente fue a la casa que desde hacía tiempo quería conocer, y don Daniel decidió retomar su participación en Excélsior, después de que los malentendidos con el presidente le habían hecho abandonar su columna.

Con esta historia comprendemos que un espacio arquitectónico puede ir más allá de su materialidad y que una casa no es sólo un espacio frío y simple hecho de cemento y ladrillo, se convierte en un integrante más en la vida de quienes la habitan.

 

Por Paulina Martínez Figueroa


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