La Escuela Benito Juárez y el boom del cemento en los años veinte

La Escuela Benito Juárez y el boom del cemento en los años veinte

La historia del cemento, un material tan común en la actualidad, nos enseña lecciones de nuestra propia tradición constructiva, por ello, su uso en la Escuela Benito Juárez resulta por demás ilustrador. No sólo representó un logro de la Revolución en materia de educación, sino que además fue el primer gran edificio que inició el impulso gubernamental a la industria cementera durante los años veinte. Aprendamos de esta historia con la firmeza y convicción que tenían nuestros antepasados, de que nada es para siempre, excepto el cemento.

 

A principios del siglo xx en México no se fabricaba cemento. Sin embargo, para 1954, se fabricaron 1,765, 000 toneladas, es decir, un saco de 50 kilos cada segundo. Para 1900 sólo había algunas fábricas que lo utilizaban como materia prima, generalmente en la elaboración de mosaicos, pero fuera de ello, el cemento sólo servía para tapar goteras en los techos de tabla y hacer reparaciones menores en casas e industrias, lo cual provocaba que la demanda de este material fuera muy escasa. A decir de los especialistas, el progreso en la elaboración del cemento se inició con la fundación de las tres primeras fábricas montadas con hornos rotatorios.

La primera fue Cementos Hidalgo, establecida en Hidalgo, Nuevo León, manejada por John F. Brittingham, fundada en 1905 pero que inició operaciones en 1906. La segunda gran empresa fue la Compañía Manufacturera de Cemento Portland s.a., fundada alrededor de 1903 con el nombre de Fábrica de Cementos Jasso por Henry y George Gibbons. Fusionada hacia 1905 con la Sociedad Pimentel, dio lugar a la Compañía Mexicana de Cemento Portland s.a., que tiempo después fue administrada por el Banco Nacional de México. Cuando se independizó del banco, dio paso a la Compañía Manufacturera de Cemento Portland. Sin embargo, la empresa nunca pudo recuperarse de la baja de su producción durante la Revolución y pasó otra vez a ser propiedad de Banamex, su principal acreedor que la controló de 1918 a 1930.

La tercera compañía fue la de Cemento Tolteca, ubicada en una población de San Marcos, en el estado de Hidalgo. Fue establecida en 1911 por un grupo de industriales norteamericanos encabezados por William J. Burk. Esta fue la única empresa que continuó funcionando durante la Revolución, pero sus actividades disminuyeron pues para 1915 su producción fue sólo de cuatro mil toneladas. Sin embargo, pasado el torbellino de la Revolución, para los años veinte, además de contar con mejores tecnologías, la producción de este material comenzó a aumentar debido en gran parte a la inversión gubernamental en edificios públicos.

Aparentemente, el cemento se adaptaba bien al discurso modernizador que se pregonaba en la época, lo cual coincidió con que al salir de la etapa crítica de la Revolución, la reconstrucción del país fuera la finalidad política de los vencedores. El levantamiento de nuevos edificios sería una manera de activar la industria además de dar respuesta a las demandas sociales del momento de las cuales educación, vivienda y salud serían las más importantes. Así, de manera paulatina, se iniciaron una serie de obras en los tempranos años veinte, en las que el cemento sería el material principal y al cual se le exaltaría y haría publicidad como la panacea a los problemas constructivos del momento.

Un ejemplo claro de esta situación la ilustra la Escuela Benito Juárez diseñada por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia en la ciudad de México. Aunque el arquitecto aún no logra romper con las formas tradicionales y diseña un edificio de estilo neocolonial, la novedad radicó en el empleo del cemento en prácticamente toda su estructura. De esta manera, no sólo se exaltó al edificio como un logro de la Revolución en materia de educación, sino que además fue el primer gran edificio que inició el impulso gubernamental a la industria cementera durante los años veinte.

Este edificio educativo se construyó entre los años 1923 y 1925, en los terrenos que el gobierno había cedido a la Secretaría de Educación Pública —y dentro de los cuales también se edificaría el Estadio Nacional—, ubicados en lo que se consideraban “los suburbios de la colonia Roma”. Los comentarios del momento giraban en torno al uso del material como el mejor para la construcción de escuelas ya que “el concreto […] proporciona todos los elementos de seguridad e higiene indispensables para establecimientos de su especie pues, bien construido, está a prueba de temblor, de ciclón y de fuego, y es tan manuable para el arquitecto, que permite el diseño de amplias puertas y ventanas que suministren a los espaciosos salones de estudio, luz y ventilación en abundancia”.

De esta manera, se señalaba que todas las partes estructurales de este centro educativo eran de concreto: muros, techos, bóvedas, pisos, pisos intermedios, escaleras. Ello brindaba seguridad al alumnado, hacía que las instalaciones fueran cómodas y saludables y lo convertía en un lugar propicio para el desarrollo de la niñez, la cual pasaba en la escuela la tercera parte de su vida. Además, los muros, hechos con bloques de concreto, mantenían una temperatura agradable en todas las estaciones del año. El edificio, provisto de un patio central con dos zonas docentes, ligadas por el cuerpo de la biblioteca, aportó a la Ciudad de México un total de 1300 plazas en 52 aulas y el total de la obra costó alrededor de un millón de pesos.

En el discurso, se dijo que la escuela Benito Juárez ponía de relieve el loable esfuerzo que el gobierno emanado de la Revolución Mexicana realizaba en pro de la educación. En la realidad, pronto se darían cuenta que una escuela no era suficiente para cubrir la demanda de espacios educativos en la Ciudad de México. La edificación resultó costosa y un tanto anacrónica, pero se convirtió en un buen ejemplo de la manera en que se podía emplear al concreto en un edificio que debía cubrir características especiales, por lo que la adaptabilidad del material se ponía de manifiesto e invitaba a los constructores a utilizarlo en sus obras.

Con la frase “el cemento es para siempre” se continuó la campaña para el uso del cemento que aparentemente dio buenos resultados, pues como señalamos al inicio del artículo, la cantidad de concreto producida para mediados del siglo xx aumentó considerablemente. Hoy en día, no podemos imaginarnos construcción alguna sin el uso de este preciado material que ha llegado a conocerse incluso con el apelativo de “oro gris”.

Por Paulina Martínez Figueroa


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