Museo Rufino Tamayo de Arte Contemporáneo
Este museo, ícono de la arquitectura contemporánea en México, alberga entre sus muros algo más que arte: una historia relacionada tanto con los cambios político económicos que se estaban llevando a cabo en el país, como con el intenso debate en torno a la “intrusión” de la iniciativa privada en el manejo de la cultura nacional.
Considerado una de las grandes obras construidas por la dupla maravilla formada por Teodoro González de León y Abraham Zabludowsky, el Museo Rufino Tamayo de Arte contemporáneo tiene una historia digna de contarse. Hay quienes consideran que con este espacio, los arquitectos alcanzaron su madurez proyectual con un moderno homenaje a la arquitectura prehispánica y su monumentalidad, además de convertir al museo en un nuevo templo laico tan ansiado por la clase política del momento. Sin embargo, a principios de los ochenta, ésta no contaba con los recursos suficientes para seguir patrocinando el discurso cultural que lo fortaleciera debido a la crisis económica heredada de los gobiernos anteriores. Fue en este momento en que la iniciativa privada tomó las riendas del problema y se encargó de edificar uno de los museos más importantes de la ciudad de México hasta nuestros días.
Enclavado en la zona de Chapultepec, que para aquel momento era considerado el segundo circuito museístico más relevante de la ciudad, vecino de recintos célebres como el Museo Nacional de Antropología y en un terreno donado por el gobierno federal, el Museo Tamayo nació como resultado de los empeños del propio pintor oaxaqueño por tener un lugar adecuado en donde exhibir su obra. Fue durante el gobierno de José López Portillo que finalmente se dio luz verde al proyecto pero había una complicación: las arcas nacionales no contaban con la cantidad suficiente para financiarlo. De esta manera, fueron dos los encargados de lograr que la obra se concretara y con ello se llegó a un acuerdo nunca antes visto en cuestión de financiamiento a la cultura en México.
El reconocido Grupo Alfa de Monterrey, heredero de una tradición empresarial que se remontaba hacía casi un siglo, y la empresa Televisa liderada en aquel entonces por “el tigre” Emilio Azcárraga Milmo, fueron quienes se ocuparon de aportar los dineros para que el museo fuera una realidad. El Grupo Alfa era ya un gran coleccionista de Tamayo, por lo que se unió a su también socio Televisa en un acuerdo según el cual Alfa financiaría la construcción y Televisa se encargaría de su administración. De esta manera, el museo se convirtió en signo de un proceso de cambios político económicos que se estaban llevando a cabo en el país y estuvo en el centro de discusiones en torno a la “intrusión” de la iniciativa privada en el manejo de la cultura nacional.
La construcción se inició en 1980 y algunas fuentes indican que los arquitectos visitaron alrededor de sesenta museos en distintas partes del mundo para decidir qué tipo de luz utilizarían, verificar las dimensiones de las salas de arte moderno, así como el modo de transitar por ellas. El edificio debía cumplir con la doble función de conjugar lo estético y lo utilitario, además de tomar en cuenta al destinatario, que desde el principio se consideró sería un público masivo con poca o casi nula relación con las nuevas tendencias del arte.
De esta manera y con el sello característico de estos arquitectos “las grandes estructuras de concreto se funden con los taludes, el espacio interior con el exterior, los parteluces y las pérgolas gigantes se convierten en los límites permeables de los nuevos templos laicos […]”. Con formas escalonadas, secuencias de plataformas sólidas y el propio material utilizado, se logra una textura de carácter esculto-arqitectónico que, según los especialistas, propicia el encuentro entre la arquitectura y la emoción. Su enclave en el bosque de Chapultepec intensifica las dimensiones de la estructura y además recordaba aquellas construcciones prehispánicas perdidas entre la vegetación.
El nuevo lugar se inauguró el 29 de mayo de 1981 y durante sus primeros años de funcionamiento albergó la obra de artistas nacionales como Tamayo y Rivera pero también de reconocidos pintores extranjeros como Picasso, Matisse y David Hockney. Como era de esperarse, todas estas exposiciones contaron con el gran aparato publicitario de Televisa, que las anunciaba en sus distintos espacios en radio y televisión a las horas de mayor audiencia, así como en noticieros y en prensa escrita. Todo parecía ir muy bien, pero el Grupo Alfa, sumido en problemas financieros, no pudo mantener su compromiso de patrocinar el recinto y se retiró. Azcárraga Milmo se quedó a cargo de la empresa cultural.
Los desacuerdos entre Tamayo y “el Tigre” Azcárraga comenzaron a aflorar sobre todo porque el pintor se encontraba en continuo desacuerdo con las exposiciones que se montaban a pesar del éxito que tenían entre el público mexicano. Además, quería tener mayor peso en la toma de decisiones pues hasta ese momento, era Azcárraga quien decidía los temas y los artistas que se presentaban en el museo. Los conflictos con el artista y las amenazas de Tamayo que incluyeron “periodicazos”, intentos de huelgas de hambre, llamadas al nuevo presidente Miguel de la Madrid, entre otros, dieron como resultado que el 23 de mayo de 1986 Televisa anunciara su retiro del museo, el cual pasó a pertenecer al Instituto Nacional de Bellas Artes.
La falta de fondos y la desorganización de quienes se encargaron de él hicieron que durante décadas el museo fuera sólo una sombra de lo que fue en sus primeros años de vida. Es probable que sólo lo recuperara 30 años después, en 2014 cuando una vez más las inmensas filas de personas se dejaron ver entre los árboles que rodean al museo, ansiosas por asistir a la exposición Obsesión Infinita de Yayoi Kusama. La masificación de la cultura una vez más provocaba polémica y hacía de las suyas en el Museo Rufino Tamayo de Arte Contemporáneo.