Un pasado no valorado: la Fábrica Chrysler Automex y el patrimonio edificado del siglo XX

Un pasado no valorado: la Fábrica Chrysler Automex y el patrimonio edificado del siglo XX

Como comenta Sigfried Giedion en el libro Espacio, tiempo y arquitectura, existe un gran problema en nuestra cultura contemporánea: la indiferencia generalizada por el pasado inmediato hace que edificios de gran importancia se demuelan sin miramientos. No hay un interés particular por lo que se está destruyendo porque no existe una valoración de los productos culturales más próximos a nosotros, desafortunadamente, el caso de la Fábrica Chrysler es sólo un ejemplo más de patrimonio artístico, histórico y arquitectónico, reducido a pedazos de concreto y varillas retorcidas.

 

Esta vez nos toca recuperar un poco de la historia de un edificio que perdimos en el año 2004 y digo perdimos porque desgraciadamente, cuando este tipo de cosas ocurre, la pérdida debe ser sentida por todos los mexicanos en general. En el año de su demolición, la investigadora María Bustamante Harfush elevó la voz a través de algunos artículos acerca de la inminente destrucción de la Fábrica Chrysler, obra de los arquitectos Guillermo Rosell y Lorenzo Carrasco construida en el año 1952. Pero esto no frenó el ansia por los metros cuadrados a destajo y de manera por demás rápida, una obra que debía ser protegida por ser patrimonio artístico, histórico y arquitectónico se vio reducida a pedazos de concreto y varillas retorcidas.

A fines de los años treinta se consolidaba la política carretera y de construcción de caminos iniciada aproximadamente diez años antes. La facilidad para instalación de industrias se acrecentaba y la necesidad de transportes para una ciudad que crecía rápidamente era cada vez más apremiante. Ante este escenario que planteaba al automóvil como una solución viable para la movilidad en todo el país, en 1938 Gastón Azcárraga Vidaurreta y un grupo de empresarios decidieron fundar Automex S.A. con capital mexicano y asistencia de Chrysler Corporation con sede en Detroit, Michigan en Estados Unidos. La planta inaugurada en aquel entonces se ubicó al poniente de la Ciudad de México en lo que ahora es la colonia Anáhuac y ocupaba un área construida de 8169 metros cuadrados.

Pero el negocio resultó exitoso y la producción mensual de vehículos se incrementó por lo que a principios de los años cincuenta se decidió hacer una remodelación y ampliación de la planta instalada en el número 320 de la calle Lago Alberto. Fue encargada a los arquitectos Guillermo Rosell y Lorenzo Carrasco quienes, como sucedía con los arquitectos jóvenes de su época, buscaban afanosamente la expresión de una arquitectura mexicana moderna. Algunos lo encontraron en el llamado movimiento de Integración Plástica, el cual buscaba crear una obra total al reunir en un mismo edificio diversas manifestaciones artísticas.

En el caso de la Fábrica Automex, los arquitectos solicitaron su colaboración al pintor David Alfaro Siqueiros, quien realizó un mural exterior en la fachada principal; al grabador Leopoldo Méndez, quien se encargó de realizar un grabado en plástico que se instaló en el vestíbulo principal del edificio de oficinas; a la fotógrafa Lola Álvarez Bravo que realizó un fotomontaje para la sala de juntas; y a la diseñadora Clara Porset, que amuebló los despachos principales del edificio. De esta manera, crearon un edificio que fue una muestra de las tendencias artísticas y arquitectónicas de su momento y que también respondió a las necesidades de una empresa en particular y de una industria en general que se encontraban en proceso de expansión.

Anexa a la planta armadora de automóviles fue construido también el nuevo edificio para las oficinas de Automex que anteriormente se encontraban alojadas dentro del cuerpo general de la planta. Pero también reunía las oficinas correspondientes a la Financiera Comercial, organismo que ofrecía facilidades para la compra-venta de automóviles. Así, el proyecto comprendió tres plantas con una superficie total de 1950 metros cuadrados. Toda la maquinaria pesada se colocó en la planta baja al igual que los talleres de la imprenta y encuadernación, conmutadores, el Departamento IBM y una escuela de servicio y capacitación para enseñar a trabajadores sin experiencia.

Contaba de igual modo con un aula-auditorio para 180 espectadores que también se utilizaba para la escuela de servicio y que contaba con un moderno sistema de proyección. La planta se completaba con un estacionamiento cubierto para 10 automóviles, accesos de servicios y dos vestíbulos principales que incluso permitían la exposición permanente de los nuevos modelos de automóviles. Las fachadas se distinguían por sus trazos sencillos que acentuaban la horizontalidad del cuerpo general. En la parte superior, la techumbre del último piso, tratado con cierto movimiento, ayudó por contraste, a afirmar la severidad del resto del conjunto.

Fue en el año 2004 cuando se inició la demolición de esta planta para dar lugar a un gran complejo mixto de vivienda de interés medio y alto, desarrollado en diversas torres de 30 niveles. La posibilidad de cambio del uso de suelo de industrial a habitacional ha provocado que se desmantelen industrias en colonias como Irrigación o Anáhuac, transformando también una inmensa zona de predios dentro de la ciudad de México. Al parecer, las instituciones encargadas de su protección no se dan abasto para cuidar de manera cotidiana, la gran cantidad de edificios de valor arquitectónico, artístico e histórico con que contamos en esta ciudad, todo ello aunado a la corrupción imperante en las autoridades, provoca situaciones como la que vivimos con esta planta.

Y eso es a lo que nos enfrentamos con muchos edificios construidos a lo largo del siglo xx. La cercanía temporal con nuestro presente hace que estas construcciones no sean valoradas como sí se hace con las de siglos precedentes (xvi-xix) aunque son igual y en algunos casos me atrevería a decir que más importantes a falta de otras fuentes que nos expliquen ciertos temas y procesos que atañen directamente a la sociedad actual. Dentro de estos edificios, es lógico que los dedicados a la industria y a la empresa sean aún menos protegidos por la carga simbólica y emotiva que representan. Sirvan estas líneas para llamar la atención sobre este escenario y para invitar a todos a interesarse por el patrimonio arquitectónico del siglo xx mexicano, el cual todavía tiene mucho que decirnos.

 

Por Paulina Martínez


Comments are closed.