El Banco Aboumrad: Libaneses, Art Decó e instituciones de crédito en los años treinta
La arquitectura bancaria es un género del que poco se habla. Sin embargo en los años treinta, se trató de un campo de experimentación notorio. Sus construcciones debían expresar la prosperidad, estabilidad e incluso cierto lujo que legitimara y respaldara a los dueños de la institución: un edificio moderno y con tecnología de punta daría mayor confianza a usuarios y accionistas. Es el caso que revisaremos a continuación.
Abdelnour Aboumrad y Juana Hajjar llegaron a la ciudad de Boston, Massachussets, provenientes de Líbano, a principios del siglo XX. Allí nacieron sus tres hijos: Alfredo, Joseph, y Amín Aboumrad Hajjar. Alfredo en 1904, Joseph en 1908, de Amín no sabemos la fecha. En realidad, es poco lo que se sabe acerca de la vida y la historia de esta familia. Lo único que es seguro es que llegaron a ser una de las más prestigiosas entre los inmigrantes libaneses en México y aún hoy conservan su posición privilegiada como empresarios emparentados incluso con la familia Slim.
Después de haber estado en Massachussets, los Aboumrad se trasladaron a la ciudad de Nueva York en donde radicaron durante algunos años antes de viajar hacia la Ciudad de México. El tiempo que estuvieron en esa ciudad fue significativo pues los hermanos Aboumrad estudiaron allí sus respectivas carreras universitarias y junto con otros inmigrantes libaneses, formaron un grupo sólido de apoyo que perduraría incluso cuando los Aboumrad ya no vivían en el vecino país del norte.
Desconocemos qué motivó a la familia a abandonar Nueva York. Suponemos que fue porque las leyes migratorias en Estados Unidos comenzaron a endurecerse y muchos libaneses tuvieron que salir de ese país. Aunque gozaban de una buena posición en Nueva York, tal vez ya no tenían la misma capacidad de acción que en años anteriores y prefirieron probar fortuna en la capital mexicana. Tampoco tenemos la fecha concreta en que se establecieron en nuestro país. Por los pocos datos encontrados, podemos inferir que fue pasado el torbellino de la Revolución, durante los años veinte.
Lo que sí sabemos es que para la década de los treinta, los hermanos mayores ya tenían fama en México de ser expertos en finanzas y economía, además de que Alfredo dirigía un banco en la capital: el Banco Aboumrad. Asimismo, ya figuraban como miembros relevantes de la comunidad libanesa en México, tan es así que fundaron en 1937 la Liga Libanesa de México junto con otros migrantes notables como Miguel Abed, Elías Henaine, Julián Slim y Domingo. Kuri. Con el tiempo la liga cambiaría su nombre por el de Unión Libanesa de México.
Fue también en esta década que inició en México una transformación en las instituciones bancarias, la cual arrancó con la ley de 1932. Ésta quitó facultades al Banco de México y las reintegró a los bancos nacionales que con ello comenzaron una etapa de expansión. Ya con Lázaro Cárdenas como presidente, se amplió el número de instituciones nacionales de crédito con el Estado como principal accionista y surgieron otras como Nacional Financiera, el Banco Nacional de Crédito Ejidal, el Banco Obrero de Fomento Industrial, etcétera, incluyendo también varios bancos de capital privado como el Banco de Comercio (Bancomer) o el Banco Aboumrad.
Dadas estas condiciones, no es de extrañar que para 1938 los Aboumrad fueran lo suficientemente prósperos como para construir el que fuera uno de los bancos más importantes en la ciudad de México durante esta época. Diseñado y construido por el arquitecto Emilio Méndez Llinas —quien para este momento compartía un despacho con el arquitecto Vicente Mendiola—, el banco Aboumrad fue uno de los edificios característicos del Art Decó en la capital mexicana. Ubicado en Isabel la Católica 33, y aunque todavía permanece de pié, hoy queda poco de aquel resplandeciente edificio, excepto su característica puerta circular con puertas de metal cuadriculadas.
Pocos creerían que en su interior se utilizaron los materiales más finos y costosos y que albergaba una de las bóvedas más modernas y seguras del momento fabricadas por la New York Safe and Lock Company. Esta bóveda, formó una parte sustancial del edificio y fue el del centro de reacción de la cimentación debido a que su gran peso podría producir desequilibrios considerables en el conjunto. El banco propiamente, constaba de un hall amplio para el público, varios espacios privados para la gerencia y contadores, cajeros, área de revisión de documentos, la bóveda de seguridad, un departamento de archivos y la sala de juntas.
El resto del edificio se componía de grandes despachos que daban hacia la fachada para empresas y compañías de importancia, algunos espacios dobles interiores que podían adaptarse a las necesidades de quienes los ocuparan, y algunos despachos más chicos para pequeñas negociaciones. Mármoles italianos, granito, pisos de encino, persianas venecianas, herrería artística en ventanillas y entrada de cajas, prismáticos franceses circulares en tragaluces. A esto se sumaba adelantos tecnológicos, en elevadores, timbres de alarma, maquinarias eléctricas de cálculo, además de la seguridad de la bóveda elementos que contrastan con la “gran masa de cimientos […] de la época colonial” que fueron aprovechados para elaborar los de concreto armado de la nueva edificación.
El detalle más vistoso de la fachada eran las letras estilo art decó que anunciaba el nombre del banco, las cuales actualmente no existen más. Sabemos que para esta época, las construcciones del arquitecto Méndez Llinas eran esencialmente estilo Art Decó, como se advierte en el caso de la llamada parroquia “Votiva” ubicada en paseo de la Reforma esquina Génova y que construyó junto con Mendiola durante esta misma época. A diferencia del templo, en que la construcción debía de reflejar sobriedad y mesura —por lo cual el diseño Decó sólo se advierte en algunos detalles de la obra—, en el caso del banco era todo lo contrario: se debían expresar la prosperidad, estabilidad e incluso cierto lujo que legitimara y respaldara a los dueños de la institución bancaria. Un edificio moderno y con tecnología de punta daría mayor confianza a usuarios y accionistas.
Lamentablemente y como ha sucedido en otras ocasiones, hoy queda poco de lo que fue este deslumbrante edificio. El banco Aboumrad dejaría de ser uno de los más importantes con la llegada de nuevas instituciones, pero la familia seguiría dedicada a las finanzas y a otros negocios hasta el día de hoy. Al parecer, algunas sucursales en el interior de la república se mantendrían, pero igualmente fueron expropiadas con el decreto de nacionalización de 1982. En definitiva, tanto la historia de este banco, como la de la familia que lo creó y administró, están en espera de ser contadas.
Por Paulina Martínez Figueroa